¿Qué dice la Biblia sobre la homosexualidad? / V

V. REFLEXIONES CONCLUSIVAS

5.1 Con relación a la importancia y cantidad de los textos

Son muy iluminadoras las conclusiones a que llega Gregorio Ruiz en su artículo «La Homosexualidad en la Biblia» (44):

1) La actuación completa homosexual, nunca la mera disposición o condición homosexual (latente, no realizada en actos), es para el pensamiento bíblico algo no vivido de cerca pero que considera ajeno y desechable las pocas veces que entra en su campo de consideración. El famoso teólogo moralista Charles E. Curran, a pesar de ser de la opinión de que toda la Escritura, reprueba siempre y universalmente los actos sexuales entre hombres, reconoce que ella no insiste de manera especial en su gravedad (45).

2) Las condenas a lo largo de la Biblia son pocas, como vimos. La atención ética de la Escritura se centra, por el contrario, en otros problemas como el de la injusticia, la idolatría, e incluso cuando se refiere a los problemas sexuales, otros temas como el adulterio son los que ocupan la atención.

3) Esta exigüidad de manifestaciones hace que las condenas sean en bloque, indiscriminadas y sin matices, teniendo que ocuparse la reflexión teológico-moral posterior de matizar y discernir a fondo las cuestiones que se presenten.

4) Debemos admitir que el uso tradicional que se hizo de la Biblia en esta materia abusó de los textos interpretándolos con manifiesta exageración y parcialidad y no guardando la proporción ­siquiera fuera cuantitativa­ que la Biblia marca frente a otros pecados más graves y condenables.

5.2 Con relación al contenido de los textos

a) En particular:

1) La interpretación del pecado de Sodoma en clave de homosexualidad carece de fundamento bíblico. Se trata de un pecado contra la hospitalidad, y los que lo cometen son «heterosexuales violentos».

2) Las drásticas condenaciones de la homosexualidad que se encuentran en el Levítico, tienen como contexto la idolatría; lo mismo respecto a los textos referidos a los «prostitutos sagrados».

3) San Pablo excluye del Reino a los arsenokoítai, relacionados con el culto pagano. Pero tal condena no se extiende necesariamente a toda persona de condición homosexual.

4) La afirmación de que la homosexualidad es «contra la naturaleza» requiere una cuidadosa hermenéutica para no caer en simplismos inadecuados.

5) Los relatos de la creación del Génesis ponen de manifiesto el plan de Dios sobre la pareja heterosexual como ideal y normativa de conducta sexual.

b) En general (46):

1) Todos los textos del AT y NT hablan únicamente sobre acciones homosexuales entre varones; excepto Rm 1, 24-32 que puede referirse también a acciones entre mujeres.

2) Todos los textos en los cuales se habla de acciones homosexuales o intentos de las mismas lo hacen para rechazarlas o condenarlas. Distintas pueden ser las interpretaciones del porqué de esta condenación y su validez para un juicio ético actual de la homosexualidad, pero no se puede negar que siempre que se habla de estas prácticas es para desaprobarlas.

3) Este rechazo o condenación no está siempre dirigido en primer lugar contra las prácticas homosexuales como tales, sino a otras acciones más preocupantes como la idolatría, promiscuidad, violación del derecho de hospitalidad, o el no cumplimiento de la tarea de reproducción (tan importante ética y religiosamente).

4) Si aceptamos que hay personas que presentan la inclinación hacia el mismo sexo como orientación psíquica fundamental (los «verdaderos homosexuales») y otras que, teniendo una orientación heterosexual, realizan (ocasional o habitualmente) actos homosexuales, hay que reconocer que no hay ningún texto en la Sagrada Escritura que rechace expresamente acciones homosexuales entre «verdaderos homosexuales», tal como lo defiende Mc Neill. Sin embargo, creo que no se puede esperar de la Biblia tal tipo de distinción psicológica.

5) Una comparación de la actitud de rechazo contra las acciones homosexuales por parte de la Escritura con los enunciados sobre las acciones heterosexuales desordenadas, permite concluir que AT y NT en principio no condenan más estrictamente las acciones homosexuales que las heterosexuales desordenadas. El grado de desaprobación es, en ambos casos, similar.

5.3 Con relación al juicio ético que traen los textos

1) Naturalmente en las Escrituras no están siempre las cosas tan claras como desearíamos, sobre todo desde nuestros planteamientos actuales. Sin embargo, por fidelidad a los mismos datos bíblicos, aunque reconociendo la complejidad del problema, no podemos aceptar las conclusiones de Mc Neill y otros teólogos que postulan:

«…una nueva exégesis de la Sagrada Escritura según la cual la Biblia o no tendría cosa alguna que decir sobre el problema de la homosexualidad, o incluso le daría en algún modo una tácita aprobación, o, en fin, ofrecería unas prescripciones morales tan condicionadas cultural e históricamente que ya no podrían ser aplicadas a la vida contemporánea» (47).

Estos autores maximalizan los resultados de la crítica bíblica moderna, minimalizando el valor normativo de los datos bíblicos sobre la homosexualidad. En gran parte tienen razón, pero su error es no mirar el conjunto de la revelación, como ya hemos dicho.

«…existe una evidente coherencia dentro de las Escrituras mismas sobre el comportamiento homosexual. Por consiguiente, la doctrina de la Iglesia no se basa en frases aisladas,… sino más bien en el sólido fundamento de un constante testimonio bíblico» (48).

Es indudable que los criterios hermenéuticos histórico-culturales son necesarios para el estudio de la Biblia, pero con estos mismos criterios también se puede descubrir una visión de la sexualidad claramente heterosexual, con su doble dimensión amorosa y fecunda. Es cierto también que interpretaciones erróneas han exagerado el carácter nefando de los actos homosexuales, pero tampoco están exentos de error los que niegan los valores de tales enseñanzas.

De hecho, el mismo Mc Neill reconoce que sus estudios no son definitivos: «El valor de mis afirmaciones no se apoya en más autoridad que el razonamiento y los datos que he proporcionado» (49).

2) La imagen bíblica del hombre contenida en el relato de la creación da, a mi juicio, la clave de lectura para todos los demás textos estudiados. Esa imagen tiene de suyo una validez normativa fundamental y absoluta para la ética sexual.

«Es una imagen unitaria, muy concreta y precisa, que no se puede escindir arbitrariamente en fragmentos separados sin que pierda al punto toda su nitidez simbólica» (50).

La condición humana sexuada postula siempre la complementariedad psicofísica entre el varón y la mujer, inscrita en la misma estructura constitutiva de ambos sexos, al menos como orientación fundamental. Esto es lo quiere afirmar Spijker, aunque lo hace de manera muy metafísica y poco bíblica:

«Hay que admitir, pues, que a la luz del ideal óntico, la inclinación homosexual aparece como una falta, una carencia, una disminución del ser, una limitación de las posibilidades de existencia, y por lo tanto el hombre homotrópico tiene la obligación ética de remediar la falla óntica y servirse para ello de los medios apropiados» (51).

3) Lo que está en el fondo de este tipo de razonamiento es que una lectura global de la Biblia no permite ninguna imagen de la relación sexual distinta de la que nos presenta Gn 1-2.

Así, esta imagen bíblica es un proyecto vital concreto y posible para la mayoría de los hombres y mujeres. Para otros muchos, en razón de diversas circunstancias (constitución psicológica, situación personal o vocación) será solo un ideal lejano o una norma directiva que señala ciertos límites orientadores a su conducta. De esta forma, con López-Azpitarte, tendríamos que decir:

«El mensaje revelado viene a confirmar lo que la reflexión humana mantiene todavía como meta: la orientación heterosexual de la persona aparece objetivamente como el destino mejor. Por eso no admitimos tampoco que ‘la condición homosexual esté de acuerdo con la voluntad de Dios’ (52), como si ella fuese también un auténtico valor para la persona» (53).

5.4 Un desafío abierto

Antes de concluir este estudio quisiera dejar planteado un desafío para la exégesis y estudios bíblicos respecto al tema de la homosexualidad.

Hemos visto que no es posible negar o «neutralizar» la carga ética negativa de los textos bíblicos referidos a la homosexualidad. Sin embargo, se podría buscar rescatar tradiciones escondidas o semidesaparecidas que sean menos machistas o más positivas hacia expresiones homosexuales. Tales tradiciones pueden estar en la misma Biblia o en los influjos paganos que marcaron el desarrollo de la religión yahvista israelita. El mismo procedimiento realizaron las teologías liberacionistas de los pobres y de las mujeres.

Aún falta mucho para que las minorías de nuestro tiempo se vean reivindicadas en las teologías bíblicas. Sin embargo, Hartman se atreve a presentar algunos elementos de modelos bíblicos que podrían constituir un punto de salida para el rescate de tradiciones bíblicas menos excluyentes de la homosexualidad. Así, por ejemplo, al destacar en su «modelo teológico» que Dios no es del sexo masculino, muestra que es teológicamente interesante que, en el discurso bíblico sobre Dios, se trasciendan las categorías sexuales (54). Aunque no comparto del todo las sugerencias concretas de los «nuevos modelos bíblicos» que él propone, me parece que aquí hay una intuición interesante que vale la pena rescatar.

A ejemplo de lo que se ha hecho en los últimos años con la pastoral de los separados que volvieron a casarse, es necesario asumir el enorme reto de una pastoral que acoja al homosexual en su condición, asumiendo las «situaciones de hecho» en una Iglesia sin exclusiones, que es Madre para todos. Sin embargo, este paso pastoral se resiente en gran medida de una sólida reflexión bíblico-teológica que, por un lado, lo fundamente y estimule, y por otro, le señale sus límites. El desafío permanece abierto.

NOTAS

(1) Pienso en algunas telenovelas lanzadas en los últimos años en Brasil, país donde vivo.

(2) J.M. Lahidalga Aguirre, «La ‘carta’ de Roma y los homosexuales», en Lumen 36 (1987), 110. El autor se remite a G.T. Sheppard, «The use of Scripture within the Christian Ethical debate concerning same-sex oriented persons», en Union Seminary Quartely Review, 40 (1985), 13-36. Cfr., además, M. Stowasser, Homosexualität und Bibel. Exegetische und hermeneutische überlegungen zu einem schwierigen tema, en New Testament Studies 43 (1997), 503-526, y D. Good, The New Testament and homosexuality: are we getting anywhere?, en Religious Studies Review 26 (2000), 307-312.

(3) Se hace necesaria para cualquier estudio sobre esta temática la referencia a su libro «The Church and the Homosexual» (New York, 1976), traducido al castellano: «La Iglesia ante la homosexualidad» (Barcelona, 1979).

(4) J.J. Mc Neill, «La Iglesia ante la homosexualidad», 62-103.

(5) Las referencias bíblicas definitivas sobre actos sexuales son todas condenatorias, pero hay algunos autores que quieren ver en la relación entre David y Jonatan al menos una tácita aprobación del amor homosexual entre hombres (cfr. 1 Sm 20, 41; 2 Sm 1, 26: «…más delicioso para mí tu amor que el amor de las mujeres…»). Por lo infundado de tal argumentación me limito a remitir a las conclusiones de D.S. Bayley: «The homosexual interpretation of the friendship between David and Jonathan… rests upon a very precarious basis». No hay nada que indique que esta relación fuera sexual. (cfr. D.S. Bayley, «Homosexuality and the Western Christian Tradition», Archon Books, New York, 1975).

(6) Homosexualidad es una terminología bastante más reciente (s. XVIII).

(7) «Inversión e invertidos. Observaciones exegéticas sobre Homosexualidad y Biblia», en Xilotl 11 (1993), 99-115.

(8) «Homosexuality and the Western Christian Tradition», Archon Books, New York: 1975.

(9) A mi juicio no se justifica la afirmación de Hartman de que los hombres de Guibeá hayan negado la oferta de la concubina del levita, pues el v. 25 dice que «ellos la conocieron, la maltrataron toda la noche y la dejaron al amanecer». Pero sí rechazaron a la hija virgen del anfitrión.

(10) Mieke Bal, «Death and Dissymmetry, Politics of Coherence in the Book of Judges», Chicago: The University of Chicago Press, 1988, 158-159.

(11) Para más detalles cfr. Lanoir/Rocha, «La mujer sacrificada: reflexiones sobre mujeres y violencia a partir de Jueces 19», en Xilotl 10 (1992), 49-62.

(12) Hartman cita un seminario holandés que trae el testimonio de que en la ciudad de Surat, centro de industria textil en la costa occidental de India, se reportaron a principios de 1993 violaciones de hombres musulmanes por hombres hindúes. Sin entrar en detalles, lo que interesa destacar es que el odio irracional se puede descargar en violación «homosexual», humillación enorme para cualquier musulmán. Lo mismo vale para el caso hebreo que aquí estamos comentando.

(13) J. Hartman, op. cit., 105.

(14) Cfr. D.S. Bailey, op. cit., 1-28.

(15) J.A. Llinares, «La Iglesia y el homosexual según John J. Mc Neill», en Ciencia Tomista 351 (1980), 174.

(16) Lectura literal (cfr. nota Biblia de Jerusalén).

(17) Ed. Desclee de Brouwer, Madrid, 1975.

(18) Ed. Paulinas/Verbo Divino, 1982.

(19) Ed. Sociedades Bíblicas Unidas, 1982.

(20) En la edición de 1960.

(21) Para más detalles, Hartman, op. cit., 113 nota 10.

(22) El griego tiene un término técnico bastante exacto para referirse al prostituto cultual: hierodoulos, concepto utilizado, como vimos, por la Biblia de Jerusalén. Tanto más extraño que los LXX no lo aplique en los textos mencionados.

(23) Cfr. K. Elliger/H. Haag, «Stört nicht die Liebe, Discriminierung der Sexualität – ein Verrat an der Bibel», München, Ed. Piper: 1990. Citado de acuerdo al artículo de Hartman.

(24) J.A. Llinares, op. cit., 175.

(25) Cfr. T. Mifsud, «Moral de discernimiento. Una reivindicación ética de la sexualidad humana», CIDE, Santiago, 1986, 422-423.

(26) No olvidemos que los preceptos religiosos (rituales) y morales permanecen indiferenciados en las culturas antiguas, antes de su progresiva diferenciación histórica.

(27) Sigo el planteo de J.A. Llinares, op. cit., 176.

(28) Por otro lado este hecho ilustra la mencionada tesis de Hartman, para quien los habitantes de Sodoma no pasan de «heterosexuales violentos».

(29) Por esto algunos autores ponen el texto de Gn 9, 20-27 entre los que hacen referencia a nuestro tema, aunque la alusión bíblica no es directa. Así B. Häring, «Homosexualidad», en DIC 37 (1991), 569.

(30) J.A. Llinares, op. cit., 177.

(31) Op. cit., 175.

(32) B. Leers, «Homossexuais e ética da libertação. Uma caminada», en Perspectiva Teológica 52 (1988), 305.

(33) Cfr. G. Ruiz, «La homosexualidad en la Biblia», en M. Vidal y otros, «Homosexualidad: ciencia y conciencia», Sal Terrae, Santander, 1981, 110.

(34) Cfr. J.J. Mc Neill, op. cit., 85-89.

(35) J.H. Peláez, «Reflexiones teológico-pastorales en torno a la homosexualidad», en Theologica Xaveriana 75 (1985), 198.

(36) J.A. Llinares, op. cit., 178.

(37) Cfr. M. Vidal, «Moral de Actitudes. II-2 Moral del amor y la sexualidad», PS Editorial, Madrid, 1991, 267.

(38) B. Häring, «Homosexualidad», en DIC. 37 (1991), 569.

(39) Cfr. J.J. Mc Neill, op. cit., 94-103.

(40) Sigo de cerca la propuesta de J.H. Peláez, op. cit., 193-195.

(41) Cfr. M. Gilbert, «Soyes féconds et multipliez», en Nouvelle Révue Théologique 96 (1974), 729-742.

(42) Considero muy equilibrado y sigo de cerca el juicio de J.A. LLinares, op. cit., 181.

(43) Ibidem.

(44) En M. Vidal y otros, «Homosexualidad: ciencia y conciencia», Sal Terrae, Santander, 1981, 97-111.

(45) Cfr. «Dialogue with the Homophile Movement: The Morality of Homosexuality. Incluido en el libro «Catholic Moral Theology in Dialogue», Indiana, 1972, 184-219.

(46) Me baso especialmente en las conclusiones de H. Spijker, «Homotropía. Inclinación hacia el mismo sexo», Salamanca, 1976, 31-32.

(47) Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, «Carta Pastoral a los Obispos: Atención Pastoral a las Personas Homosexuales», N 4.

(48) Idem, N 5.

(49) J.J. Mc Neill, op. cit., N 61.

(50) J.A. Llinares, op. cit., 181.

(51) Cfr. Spijker, «La inclinación homosexual», Barcelona, 1971, 198-199.

(52) J.J: Mc Neill, op. cit., 273. La frase podría admitirse en un sentido amplio, como: todos los hechos que acontecen nacen al menos del «querer» permisivo de Dios.

(53) E. López-Azpitarte, Etica de la sexualidad y del matrimonio, 1992, 238.

(54) Cfr. J. Hartman, op. cit., 110-112.

Publicado por eticadiaria

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