¿Qué dice la Biblia sobre la homosexualidad? / III

III. HOMOSEXUALIDAD EN EL NUEVO TESTAMENTO

El AT tiene su perfecta continuidad en el NT, también a propósito de este tema. Sin embargo, partimos de la constatación de que no conocemos ninguna sentencia de Jesús que se refiera expresamente a la homosexualidad. Por esto, después de hacer una breve referencia a este hecho, pasaremos al estudio de los textos paulinos, puesto que son el punto de referencia fundamental del NT para el tema en cuestión.

3.1 La actitud de Jesús

Llama la atención la ausencia de cualquiera referencia a la homosexualidad en los evangelios, a pesar de que las claras condenaciones a esta práctica en la literatura rabínica hacen suponer que era una práctica conocida.

Jesús asumió, practicó y confirmó muchas de las prácticas de la tradición judía en la cual fue educado. Por otro lado, demostró mucha libertad frente a las costumbres de su pueblo, distanciándose de todo tipo de discriminación social y asumiendo con firme delicadeza la defensa de los marginados de su tiempo, como ilustran las historias de la mujer adúltera (Jn 8, 1-11) y de la mujer de mala fama (Lc 7, 36-50), cuyos delitos estaban precisamente en el área sexual. Sin embargo, ni para atacarlos ni para defenderlos Jesús se refirió a los homosexuales. Sobre varios asuntos de orden sexual habló Jesús. Matrimonio, adulterio y divorcio fueron temas de importantes discursos realistas y a veces innovadores, hasta revolucionarios. Pero sobre la homosexualidad, ni una palabra.

Sin embargo, este silencio no abre camino a la aplicación del principio: «el que calla, otorga». La fidelidad de Jesús a su origen judío y su insistencia en la observancia de la Ley y los Profetas, a pesar de las correcciones que hace, llevan a suponer que la condena de la homosexualidad, firme en la tradición de Israel, también pertenece al equipaje cultural de Jesús. Pero ¿no nos dirá algo este silencio? Me parece acertada la opinión de Bernardino Leers:

«…el silencio destaca en el mensaje de Jesús algo más valioso para la discusión del problema de los homosexuales. En la conciencia misionera de Jesús vive un núcleo de comunicaciones que supera los problemas sexuales específicos y los pone en segundo plano. Para él, la presencia actuante del Padre está en el centro, con su Reino, en el que todos los seres humanos se tornan hermanos de la misma familia, interrelacionados por la práctica del amor mutuo y fraterno. Con esto, en el horizonte del problema de los homosexuales surge una luz: El amor del Padre para con todas las personas y el amor solidario que debe marcar concretamente las relaciones humanas y la convivencia social, libre de discriminaciones y prejuicios» (32).

3.2 Los escritos paulinos

No hay duda de que como celoso fariseo, el Apóstol de los gentiles depende directamente del ya estudiado «Código de Santidad» de los levitas; de ahí la continuidad con el AT.

Durante sus viajes apostólicos por Grecia, Pablo pudo comprobar hasta qué punto estaban extendidas en el mundo pagano las prácticas homosexuales, que tanto repugnaban a su mentalidad judía. Son tres los textos que hacen referencia directa a nuestro tema.

a) 1 Cor 6, 9-10: «…Ni los impuros, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados (malakoí), ni los homosexuales (arsenokoítai)… heredarán el Reino de Dios».

Esta versión, presentada por la Biblia de Jerusalén, es inexacta y equívoca. Debemos darle razón a Mc Neill cuando protesta contra las traducciones de la Biblia que no interpretan bien los términos griegos usados en este versículo. Según él, guiado por buenos exégetas, el término malakós no se refiere directamente a la homosexualidad, aunque tampoco la excluye. Significa más bien el hombre de carácter muelle, libertino o licencioso, gente suave, blanda; por lo tanto, tampoco necesariamente «afeminados».

Los arsenokoítai, en cambio, son literalmente aquellos hombres que mantienen relaciones carnales con otros hombres, a través del coito anal. Sin embargo, traducirla directamente por homosexuales es un error pues tendería a excluir de la salvación (del Reino de Dios) a todos cuanto participan de la condición homosexual por su estructura psicológica, incluso cuando observan una conducta moral irreprochable. De hecho, en Moral es importante distinguir entre la mera condición homosexual, como orientación psíquica fundamental, y la práctica homosexual, como conducta ocasional o hábito adquirido, como veremos más adelante.

Sin embargo, arsenokoítai con toda probabilidad designa aquí directamente a los concubinos o prostitutos, tal vez en relación con los cultos paganos de Corinto. De aquí surge la pregunta: ¿se refiere Pablo solo a ellos o a todos los que realizan prácticas homosexuales? Es decir, este texto parece no ser decisivo para la condena indiscriminada de toda relación homosexual.

b) 1 Tim 1, 9-11: «Teniendo bien presente que la ley no ha sido instituida para el justo, sino para los prevaricadores y rebeldes, para los impíos y pecadores,…, adúlteros, homosexuales (arsenokoítai), traficantes de seres humanos,…»

Vuelve a aparecer la palabra arsenokoítai, dentro de un contexto en el que se describe el caótico panorama moral de la sociedad helenístico-romana. Valen aquí las mismas observaciones que recién hicimos sobre el empleo de esta expresión.

c) Rom 1, 26-27: «Por eso los entregó Dios a pasiones infames; pues sus mujeres invirtieron las relaciones naturales por otras contra la naturaleza; igualmente los hombres, abandonando el uso natural de la mujer, se abrasaron en deseos los unos por los otros, cometiendo la infamia de hombre con hombre, recibiendo en sí mismos el pago merecido de su extravío».

Mirando el contexto en que aparecen estos versículos constatamos que Pablo expresa aquí su convicción, de acuerdo con la tradición levítica y con la experiencia secular del pueblo judío, de que la verdadera causa de la depravación homosexual se encuentra en la idolatría (cfr. v. 25: «a ellos que… adoraron y sirvieron a la criatura en vez del Creador». Lo mismo en los vv. 21-24 del mismo capítulo). Por no haber dado culto al verdadero Dios sino a los ídolos, Dios mismo abandonó a los gentiles a sus infames pasiones. Es decir, la perversión moral en la línea horizontal (relación de los seres humanos entre sí) es consecuencia directa de la perversión moral en línea vertical (relación con Dios).

Es importante destacar que nos encontramos aquí ante la única posible alusión a la homosexualidad femenina en toda la Biblia: «Sus mujeres invirtieron sus relaciones naturales por otras contra la naturaleza». El paralelo que sigue («los hombres, abandonando el uso natural de la mujer») llevaría a sobrentender anteriormente «las mujeres, abandonando las relaciones naturales con el hombre». Sin embargo, es posible que la palabra implícita fuera «con el cuerpo», en cuyo caso las relaciones antinaturales con este se referirían a posturas antinaturales en el acto sexual. Diversos autores clásicos consideran «natural» el coito en que la mujer está debajo, lo que cuadraría perfectamente con el postulado básico de Pablo: la subordinación de la mujer al hombre (cfr. 1 Cor 11, 3ss) (33).

Otro aspecto importante del texto: Pablo considera los actos homosexuales «para physin». La dificultad radica en el sentido que se dé a «contra la naturaleza». En general nos vienen de inmediato nuestras categorías aristotélico-tomistas, pero el tema no es tan sencillo. Mc Neill propone a manera de preguntas varias posibles interpretaciones: ¿será la naturaleza humana como la entendían los estoicos, o en cuanto vinculada a la herencia religiosa y cultural, o se referirá al pagano individual que va más allá de sus propios apetitos sexuales para entregarse a nuevos placeres carnales? (34).

«El concepto de naturaleza humana usado quizás con prodigalidad por los manuales de teología moral, es muy complejo, por no decir ambiguo. Por eso se usa hoy de manera restringida y cautelosa» (35).

En su estudio Mc Neill llega a dos conclusiones que debemos destacar:

a) El «uso natural del sexo», al que se refiere Pablo en su carta a los Romanos, no hace alusión a ninguna naturaleza ontológica o esencial, lo cual sería extraño por completo al pensamiento semita, sino a las costumbres naturales o corrientes. Sobre esta opinión confirmo el parecer de Llinares: «Esto lo compartimos de buen grado, pero no creemos que tenga gran trascendencia» (36).

b) Los actos homosexuales que condena Pablo no son practicados por verdaderos homosexuales, sino por heterosexuales que podrían actuar según su inclinación natural. Esta afirmación es bastante más osada e importante. Es decir, estos textos no estarían condenando a los «verdaderos» homosexuales.

Su razonamiento es el siguiente: La mayoría de los heterosexuales pueden cometer actos homosexuales y la mayoría de los homosexuales pueden cometer actos heterosexuales, pero en ambos casos se comete una perversión al actuar contra la propia naturaleza. De este modo, el heterosexual que adopta una conducta homosexual (como por ejemplo puede ser el caso de los arsenokoítai de los templos paganos) actúa perversamente contra el uso natural de su sexo, lo cual condena Pablo. En cambio, el verdadero homosexual puede expresar un auténtico amor a través de los actos homosexuales, ya que así manifiesta su genuina manera de ser.

¿Qué decir frente a esta argumentación aparentemente tan clara y simple?

a) Tal argumentación reconoce la diferencia que existe entre la homosexualidad como orientación psíquica fundamental («verdaderos homosexuales») y como conducta ocasional o hábito adquirido. Algunos la llaman distinción entre estructura y ejercicio (37). Es evidente que Pablo no conoció esta diferencia, tampoco los autores del Levítico ni los pensadores griegos y romanos, ya que solo en este siglo se ha empezado a conocer científicamente el sexo, a partir de los estudios de Freud y su escuela. La intención de Pablo no era condenar a unos y aprobar la conducta de otros.

b) Además, ¿es tan simple definir quiénes son «verdaderos» homosexuales y quienes son heterosexuales «pervertidos» que tienen conductas homosexuales? En gran parte de los casos no son claros los límites entre heterosexualidad y homosexualidad, pues de lo contrario no serían tan fácilmente intercambiables las respectivas formas de conducta.

Häring recuerda que los autores sagrados no podían conocer todas las diferentes distinciones que a nosotros nos han hecho accesibles las ciencias modernas. Por otro lado cree que el juicio de Pablo atañe a toda práctica homosexual como alienación de Dios.

«El punto de partida paulino se sitúa en el análisis de la historia de pecado como alienación de Dios. Contempla el pecado en cuanto que se encarna en una cultura pervertida y en un ambiente totalmente alienado. El juicio del Apóstol arremete en especial contra los ambientes que no solo practican, sino que incluso exaltan la homosexualidad» (38).

Publicado por eticadiaria

Reflexionando desde la realidad y para la realidad, una mirada a la Filosofía sin la exquisitez del lenguaje que nos aleja de la realidad

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